Había una vez un hombre rico. Un día, él ordenó a su siervo: “Siembra cebada en el campo este año”. Pero después de pensarlo mucho, el siervo sembró trigo en lugar de cebada; el trigo era lo que más odiaba su amo. Cuando llegó el momento de la cosecha, lo que cosechó fue, por supuesto, trigo.
Su amo se enojó tanto que llamó a su siervo y lo reprendió, diciendo: “¡Te dije que sembraras cebada! ¿Por qué sembraste trigo en lugar de cebada?” Entonces el siervo respondió: “Sembré trigo con la esperanza de que saliera cebada”. Su amo se enfureció aún más y le dijo que dejara de decir absurdos. Entonces el siervo dijo.
“Señor, usted siempre hace cosas malas a sus vecinos. Los oprime con la usura, desprecia a los pobres y los trata mal. Aunque siempre hace todo ese tipo de mal, siempre dice: ‘Tengo que ir al cielo después de la muerte’. Por eso no hay diferencia entre usted y yo; usted ha seguido haciendo cosas malas y aún así ha tenido esperanza de ir al cielo, y yo he sembrado trigo con la esperanza de que saliera cebada. Como usted quiere ir al cielo haciendo cosas malas, del mismo modo yo esperaba que creciera cebada después de sembrar trigo. Sin embargo, como sembré trigo, terminé cosechando trigo inevitablemente.”
Al escuchar las palabras del siervo sabio, el amo reflexionó sobre sí mismo y se arrepintió mucho. Cosechamos lo que sembramos. Dios trae toda obra a juicio, sea buena o mala, y retribuye a todos según sus obras: devuelve mal por mal y bien por bien.
Ap. 22:11-12 «El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.»
Gá. 6:6-9 «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.»
Es natural que el que siembra para agradar a su naturaleza pecadora, de esa misma naturaleza coseche destrucción, y que el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu siegue vida eterna. Los que siembran con un motivo malvado no pueden recibir cosas buenas, pero los que son conscientes de Dios y el reino de los cielos y ponen todo su esfuerzo por poner en práctica las enseñanzas de Dios, recibirán la corona de la justicia de Dios tarde o temprano. Dios escudriña los corazones.
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